La ciencia avanza que es un gusto y en ese sentido nos ha permitido emplear técnicas, que en principio nacieron para otros menesteres, en la consecución de objetivos innerentes a los tratamientos estéticos. Es el caso de la cavitación, un método que basado en el ultrasonido a baja frecuencia se ha puesto de moda para tratar de reducir los excesos de tejido adiposo localizado.
Dicho de otro modo, utilizamos el sonido a una frecuencia inaudible para el oído humano y lo empleamos para eliminar la grasa localizada, sobre todo de lugares como el abdomen, la papada, el interior de las piernas, las “cartucheras”… Con la cavitación se persigue licuar la grasa, para que pueda ser fácilmente eliminada a través de la orina; y la reafirmación de la zona tratada.
Ahora bien, ¿existen efectos secundarios derivados de la cavitación? La respuesta es simple: Sí. De entrada ninguna persona con enfermedades crónicas deben evitar este tipo de terapias, a no ser que su médico le indique lo contrario. Es el caso de los enfermos con cardiopatías, los pacientes de epilepsia, las mamás que dan el pecho, las mujeres embarazadas, los portadores de marcapasos, quienes tengan problemas de audición, los enfermos de cáncer, quienes presenten patologías renales o hepáticas, aquellos que poseen prótesis metálicas…
Al margen de ello y dependiendo de la potencia de las máquinas utilizadas, el tratamiento puede dañar algunos órganos como los ovarios (en sesiones abdominales) o el tiroides (sesiones en el cuello). Además, durante las sesiones se genera una gran cantidad de calor que conllevan un mayor riesgo de quemaduras, ampollas y cicatrices.
Otro de los efectos indeseados del tratamiento podría ser la aparición de seromas, es decir, la acumulación de grasa líquida y suero debajo de la piel.