En octubre de 2006, hace apenas cinco años, una voz negra, negrísima y profunda, inundaba las radios de medio planeta con un estribillo que era casi una declaración de intenciones: They tried to make me go to rehab, I said no, no, no, repetía con cadencia de diva atormentada.
Muy pronto supimos que detrás de aquella voz no se escondía una reina del blues sureño, sino una princesa de Southgate, suburbio londinense casi tan enmarañado como su cabellera beehive.
Quizá sea cierto que, al principio, Amy Winehouse nos descolobaca con sus looks, tan excesivos como imposibles, tan geniales como fatales. Pero al final nos rendimos a la evidencia: estábamos ante el icono fashion más rutilante de los últimos años, ante un personaje capaz de convertir su moño XL en codiciado objeto de deseo, sus corsés rockeros en referentes del nuevo sexy, sus shorts en un básico de armario y sus bailarinas en las dueñas del asfalto más cool.
De repente, los códigos trash de la década de los 50 dejaron de pertenecer a la subcultura para tomar las calles con el mismo talante con el que Amy saltaba a los escenarios. El eyeliner negro llevado al extremo, los brazos cubiertos de tatuajes, las cintas de leopardo en la cabeza, los pendientes de aro oversize… Hasta el mismísimo Karl Lagerfeld dio su bendición y, en 2007, presentó su colección pre-fall 2008 para Chanel como un tributo a la cantante.
Pero no fue el único. Dolce & Gabanna la cubrieron con sus vestidos bustier de escote corazón, Fred Perry la convirtió en su it girl, los mejores fotógrafos del mundo la utilizaban como inspiración… Y así seguirá siendo porque, igual que ella profetizó el Back to black, estamos convencidas de que la moda hará suyo el back to Amy.
Imagen: amywinehouse
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