Los medicamentos genéricos tienen mucho en común con los de marca: contienen el mismo principio activo y en una cantidad igual. Además, comparten la misma presentación y vía de administración, ya sea como pastillas, gotas, jarabes, etc.
Donde puede haber diferencias es en los excipientes, la forma, el aspecto del envase. Allí es donde se ponen las siglas que los identifican: EFG.
Tampoco hay motivos para desconfiar de la seguridad de los genéricos. Para empezar, contienen un principio activo que lleva tiempo utilizándose y su empleo prueba que produce más beneficios que riesgos. Ese plazo como mínimo dura desde que entra el medicamento original en el mercado hasta que caduca su patente, que es unos diez años más tarde. Entonces es cuando se da luz verde a la entrada de los genéricos.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que los genéricos, antes de ser autorizados, tienen que demostrar que provocan los mismos efectos en el organismo que los de marca mediante los llamados estudios de biodisponibilidad. Además, deben superar no pocos requisitos de autorización y controles de calidad.
Entonces llega el momento de la gran pregunta, ¿cómo pueden costar menos los genéricos que los originales? El motivo es que en el precio del genérico no se repercuten los costes de la investigación. Esta inversión solo la realizan los laboratorios que sacan el medicamento original y por eso lo comercializan durante los primeros años en exclusiva.
Los genéricos no lo tienen fácil para entrar en el mercado. Los laboratorios que poseen las patentes de los medicamentos ejercen mucha presión para frenar su crecimiento y retrasar su entrada en el mercado. A eso se añaden los amplios plazos administrativos que ralentizan el proceso. Aún así, la oferta de genéricos ha crecido significativamente en España en los últimos años.
Para que crezca el consumo debemos implicarnos todos: la administración pública, sobre todo, pero también los médicos, los farmaceúticos, los propios fabricantes y los pacientes.
Imagen: blogspot
Fuente: ocu