Tan lejos y tan cerca. Ésa suele ser la condición de los verdaderos paraísos, nos parecen remotos y, cuando regresamos de buscarlos por todas partes, descubrimos que están a la vuelta de nuestras esquinas.
Así es Tánger, un lugar a tan sólo 50 minutos en avión de Madrid, pero tan poderosamente diferentes que transporta a otro mundo. Sus casas sombreadas, los laberintos de sus calles, las playas salvajes, los arcos de medio punto, el olor a especias de los tenderetes de comida, el añil, los gatos durmiendo al sol y las sonrisas de la gente hacen de este trozo de Marruecos un destino para sentir.
Quizás por eso haya enamorado a políticos como Trinidad Jiménez, diseñadores autóctonos como Duyos, actrices como Rossy de Palma o arquitectos de interiores como Tomás Alía, quien tiene aquí su segundo hogar para recibir a sus amigos.
Esa sensación exótica de vivir fuera del espacio y el tiempo ha reactivado hoy este rincón del Magreb hasta convertirlo en un oasis para liberar tensiones y encontrarse con las cosas esenciales de la vida. Y es que, más allá de un destino, Tánger es un estado de ánimo.
La geografía interior de la gente es otro de sus reclamos. Empáticas y espontáneas, enseguida se mezclan con el viajero sin miedo, algo que te hace sentir como en casa. El carácter de los tangerinos ha conocido de todo: guerra y paz, grandeza y decadencia, ocupación y libertad. Aquí los sectarismos, si existen, no son evidentes. Esta tierra se presenta como una hoja en blanco, sin acotaciones ni márgenes, algo que todavía la hace más seductora a los espíritus libres.
Parte 2