Es duro ser guapo. James Franco (California, 1978) lo sabe bien; sus novias, también. Cuando tuvo que interpretar a James Dean, en el biopic homónimo (Mark Rydell, 2001), se le metió en la cabeza que para llegar a encarnar el sufrimiento interior del mito tenía que estar aislado de todo y de todos, así que le dijo a su chica que no hablaría con ella durante cuatro meses.
El sacrificio le valió un Globo de Oro (y perder una relación), y aunque dice que ya no repite locuras como esa, la realidad lo desmiente: para Flyboys se sacó el título de piloto de avión; para Annapolis pasó ocho meses sobre un ring; para hacer de porrero en Superfumados… (bueno, mejor lo dejamos aquí).
Y encima lee. Porque es que el chico está en la universidad, quemando esas cejas que le abrieron las puertas de Hollywood, como un opositor a notaría. Y aun así, aprovecha cada momento para centrarse en sus estudios de Literatura. Franco parece tenerle lagarto a la opinión de los demás y, de algún modo, siempre se las ingenia para hacer lo contrario de lo que se espera de él.
Ésa fue la principal razón por la que le vimos el pasado 27 de febrero sobre las tablas del Teatro Kodak presentando la Gala de los Oscar junto a Anne Hathaway, con la que se dice que personifican la nueva generación de iconos de Hollywood por su actitud fresca, exultante y talentosa.
Para fortuna de las féminas, James Franco es guapo, inteligente y virtuoso. No se puede pedir más al intrépido James…
Imagen: JamesFranco