Los árabes la llamaron la siempre verde y estuvo cerrada al turismo hasta los años 80, por lo que al llegar, en barco o en avión desde su ajetreada vecina Zanzíbar, verás que es el perfecto refugio eco.
De hecho, la mayor parte de su territorio está alejado de los circuitos de masas y no tiene casi carreteras, así que deberás apuntarte al medio de transporte local: la bicicleta.
Del respeto a la naturaleza son testigos sus playas escarpadas, una vegetación exuberante con grandes plantaciones de árboles de clavo que llenan de perfume la isla, enormes bosques vírgenes, como el de Ngezi en el norte, y un inmenso y rico fondo marino.
Los cuentos de Simbad el Marino la señalaban como centro de la ruta que comerciaba por el Índico con marfil, especias y esclavos. Por eso hay una gran amalgama de culturas (africana, árabe e hindú) que vibran en las calles de su capital, Chake-Chake, y en las aldeas principales, Wete y Mkoami, repletas de bazares que ofrecen la artesanía local: pinturas tingatinga y telas y prendas típicas como kangas, kitenges y batiks.
Atrévete con la cocina de la isla, fusión de sabores, texturas y olores. Sus famosas especias (clavo, nuez moscada, canela y cardamomo) se combinan con cientos de variedades de frutas, pescados y marisco para elaborar unos platos gourmet deliciosos. Fuera del resort, el mejor sitio para saborearla es el restaurante Ballon Bro, al lado del mercado y de la mezquita de Ckake-Chake.
Disfruta de este placer mientras contemplas las mareas de Pemba, tan célebres como su fantástica vegetación. Las mareas en la isla de Pemba bajan hasta dejar al descubierto la increíble barrera de coral, una de las más bellas del mundo.
Imagen: playasycosta