Si te han detectado hipertensión no siempre es suficiente con un cambio de hábitos como comentábamos ayer. Si, pese a todo, la hipertensión se mantiene por encima de 160/100 mmHg (milímetros de Mercurio), o, aunque las cifras sean menores, coexisten otros factores de riesgo, puede ser necesario recurrir a un tratamiento farmacológico.
Los medicamentos antihipertensivos son muy numerosos y algunos de ellos se encuentran entre los más consumidos. Existen varios grupos, en función de sus mecanismos de acción. Los principales son:
- Diuréticos: favorecen la excreción renal de agua y sales de sodio.
- Beta-bloqueantes: ralentizan el ritmo cardiaco.
- Antagonistas del calcio: frenan la entrada de calcio en las células, lo que relaja las arterias y disminuye la actividad del corazón.
- IECA: inhiben la acción de la enzima de conversión de la angiotensina, que desempeña un papel muy importante en la contracción de los vasos sanguíneos.
- “Sartanes” o antagonistas de la enzima de conversión de la angiotensina, de efecto parecido a los anteriores.
A través, por tanto, de diferentes mecanismos, estos medicamentos (solos o en algunos casos combinados) consiguen un mismo objetivo final: reducir la presión arterial de forma mantenida.
No obstante, tienen diferentes efectos adversos y contraindicaciones, que el médico debe tener en cuenta a la hora de escoger el tratamiento más adecuado para cada paciente.
Lo hacen, por cierto, a un coste muy diferente, un aspecto que no conviene descuidar ni cuando lo paga el propio paciente ni cuando nos referimos a medicamentos financiados por el Sistema Nacional de Salud.
Imagen: entremujeres
Controlar la hipertensión I – Controlar la hipertensión II – Controlar la hipertensión III