Es frecuente, sobre todo en los incios de la lactancia, que aparezcan algunos problemas que pongan a prueba tu elección de amamantar al bebé. Las grietas, el dolor o la acumulación excesiva de leche son los principales. Un poco de dolor es normal, aunque las molestias pueden producirse porque el bebé no introduce bien su boca en el pezón.
Las grietas también pueden aparecer por este motivo, por lo que habrá que vigilar que los labios del pequeño cojan bien parte de la areola y no sólo el pezón (debe haber más areola visible por encima del labio superior del bebé que por debajo del inferior). También ayudará a prevenirlas la estimulación del pezón para favorecer la salida de leche y limpiar los pezones con una gasa estéril cuando el bebé termine de mamar, extendiendo unas gotas de leche por el pezón y dejándolo secar al aire.
También puede suceder que la madre produzca más cantidad de leche de la que toma el bebé. Esta acumulación de leche se denomina ingurgitación de leche y provoca dolor y aumento de tamaño de los pechos. Para prevenirla es importante estimular la lactancia a demanda, sin restricciones ni horarios.
El calostro, que se empieza a producir entre la semana 12 y la 16 del embarazo es la primera leche que tomará el bebé. Es de color amarillo o naranja (también puede ser verdoso o marrón intenso), por su alto contenido en vitaminas, en especial de betacarotenos. Además contiene altas cantidades de sodio, potasio, cloruro y muchas más proteínas que la leche madura. Y es que la leche irá variando la composición a lo largo de la lactancia y se adaptará al crecimiento del niño y a sus necesidades, conteniendo la proporción adecuada de proteínas, grasas, hidratos de carbono, minerales y vitaminas en cada etapa.
Gracias a todo ello, la leche materna estimula el crecimiento óptimo del bebé y refuerza su sistema inmunológico (además influye también en el buen desarrollo de su cerebro). Así, le protege de enfermedades como la neumonía, la bronquiolitis, las diarreas, la meningitis, e incluso, frente a la muerte súbita del lactante. Pero este efecto protector no se ejerce sólo cuando el pequeño está siendo amamantado, sino también a largo plazo, ayudándole a combatir futuros problemas como el asma, la alergia, la diabetes o la obesidad.
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