Para hacernos una idea: los paros cardíacos invernales son mucho más frecuentes en España que en Suecia o en Finlandia, donde el termómetro puede pasar meses bajo cero. De hecho, los nórdicos suelen sorprenderse de lo poco que nos abrigamos. Y es que no somos conscientes de que un cambio brusco de temperatura puede provocar espasmos.
El frío es especialmente peligroso para la gente que duerme en la calle, los ancianos que no van vestidos de forma adecuada y los niños. Los ancianos suelen tener menos grasa y menos masa muscular de ahí que, como los niños, sean personas de riesgo ya que tienen una superficie proporcionalmente mayor a su masa corporal.
La primera respuesta fisiológica frente al frío es aumentar el metabolismo para producir más calor. Aumenta la tensión arterial, el pulso y la respiración. Es un mecanismo de compensación que el organismo pone en marcha. Si sigue expuesto a la baja temperatura, el cuerpo dispone de otros recursos, como la tiritona, que es una fricción muscular involuntaria, precisamente para calentar. Y si se continúa, aparece agitación y dolores musculares. Se acelera todo el aparato circulatorio, porque para producir más calor, el organismo envía la sangre más veces y más deprisa. Eso tiene un efecto doble, porque, poco a poco, también se va enfriando la propia sangre.
Si aún baja más la temperatura la situación se torna comprometida y sólo suele ocurrir en accidentes o cuando nos perdemos en lugares aislados. La sangra, al enfriarse, se hace más viscosa. Y a partir de ahí puede llegar el desastre. Aparece rigidez muscular y el enlentecimiento de todas las funciones, baja la tensión arterial y se va perdieno la consciencia.
Hay que protegerse del frío. Y más que ponerse una prenda gruesa, se aconseja llevar un par de capas finas, porque la capa de aire que queda entre ellas actúa como una especie de cámara aislante. También debemos tener en cuenta que un porcentaje elevado de nuestro calor lo perdemos por la cabeza, así que no le tengas temor a los gorros.
Imagen: ecologiablog