Antes que usar la palabra perdón es preferible la de aceptación, de cómo aprender a deshacer el dolor que produce una determinada situación. El ‘perdón’ implica siempre un juicio moral y se relaciona con el concepto de pecado, mientras que la aceptación nos da una visión activa, positiva y responsable de nosotros mismos y de nuestros problemas.
Para llevar a cabo esta aceptación es necesario cumplir unas fases:
1º Distinguir entre los hechos y el dolor que me han provocado.
El primer paso es separar la situación que me ha hecho daño (qué ha pasado, qué me molesta tanto…) de la resonancia interior, o sea, del dolor interno que me produce. El objetivo es darse cuenta que el discurso de la razón y lo que siento son dos cosas distintas.
Nos hemos acostumbrado a creer que el dolor se soluciona a través de la mente, pero el único modo de disolverlo es vivirlo conscientemente.
2º Localizar el epicentro del dolor en la zona del cuerpo donde se manifiesta.
Registrar su forma, su peso, su intensidad. El dolor es una energía que se retiene en el cuerpo y que puede traducirse en una opresión en el pecho, un nudo en la garganta o en el estómago, una presión que nos impide respirar…
3º Abrazar el dolor hasta quedarse en paz.
Al localizar el epicentro del dolor hay que dejarlo entrar; en lugar de repetirme lo enfadada que estoy, he de intentar abrirme, decir ‘sí’, dejar que se exprese hasta que veamos que esa energía retenida se deshace. Igual que el abrazo de una madre consigue calmar a un niño que se siente mal, podemos acoger nuestra congoja para reencontrar la paz.
Para comprobar que la práctica ha sido eficaz, hay que visualizar la imagen de lo que nos había causado el daño –la causa objetiva que había que ‘perdonar’- y ver si la paz interior todavía se mantiene cuando recreamos ese momento. Si es así, podemos decir que la herida está curada; si no, hay que volver a intentarlo.
Si lo vamos ejercitando, aprenderemos a revitalizar los hechos y veremos que aceptar es la actitud natural frente a las cosas que, en el día a día, son como son y no como pretendemos que sean.
Imagen: javiersastre
Fuente: EspacioInterior