Muchas son las imágenes que se nos vienen a la mente al escuchar la palabra Tiffany, un crisol de piedras preciosas, diamantes con un brillo especial, promesas cumplidas y elegantes familias dentro de una cajita azul que se ha convertido en señal de lujo y de algún que otro capricho.
Su historia es el relato de un momento, una ciudad y sobre todo de una máxima que ha sido y sigue siendo uno de los emblemas de la firma: Buen diseño, es un buen negocio.
Original de Connecticut e hijo de un próspero fabricante textil, no era de extrañar que el futuro de Charles L. Tiffany estuviera ligado al mundo de la empresa. Guiado por el dinámico crecimiento que experimentaba la ciudad de Nueva York en la década de 1830 y por el gusto de la extravagancia propio de la época, nada hacía presagiar en el año 1837 que la tienda de regalos y artículos de escritorio puesta en marcha por éste y John B. Young en la 259 de Broadway, se convertiría con el paso de los años en uno de los máximos referentes del lujo a nivel mundial.
La variedad de objetos ofrecida entre los que se encontraban los artículos de la India, bronces, porcelana China y lo último en objetos franceses, la transformaron en el establecimiento preferido de los neoyorquinos. No resultaba extraño ver entre las callejas embarradas y atestadas de carruajes a las más sofisticadas señoras envueltas en seda con objeto de llegar a la tienda y hacer sus compras.
El genio visionario de Charles L. Tiffany hay que encontrarlo en un continuo afán de renovación y en un olfato excepcional para los negocios. En 1840 adquiere el primer alijo de diamantes llegados a EE.UU. desde Europa, las piezas que los aristócratas franceses se vieron obligados a vender tras la caída del régimen de Louis Philippe fueron el origen de su coronación por los medios como el ‘Rey de los diamantes’.
La suerte estaba echada, y la reorientación de la firma hacia la joyería de lujo acabaría por transformarla en la mejor boutique del sector en Estados Unidos.
La jubilación de Young puso a Charles L. Tiffany al frente de la compañía abriendo nuevos horizontes para su expansión y proyectando un nuevo lugar en el mundo. Para ello no dudó en llevar a cabo estrategias publicitarias innovadoras como la realización de pequeños ‘souvenirs’ para festejar la instalación del cable telegráfico o el gran éxito obtenido en 1867 en la Feria Mundial de París, donde consiguió el Gran Premio de la Plata.
El nombre de Tiffany había cruzado fronteras, por primera vez se otorgaba tal reconocimiento a un profesional no europeo.
Imagen: tiffany
Tiffany & Co. II – Tiffany & Co. III
Fuente: mujerinnovadora