Cada vez más hospitales instauran protocolos de atención al parto natural o de baja intervención. Y aunque aún hay un largo camino que recorrer, en los últimos años se ha avanzado muy deprisa en la normalización de este tipo de parto. Y es que acondicionar el entorno de la mujer que da a luz de modo que disponga de intimidad, temperatura ambiente agradable, poca luz, acompañamiento en silencio y respeto van a ayudar a que el parto sea más fácil, menos doloroso y, por lo tanto, más seguro para la madre y el bebé.
Cuando una mujer pide un parto natural, muchos médicos obstetras piensan erróneamente que simplemente no quiere ponerse la epidural. Pero un parto natural es mucho más que eso, ya que pueden no ponerte la anestesia epidural, pero actuar contigo como si la tuvieras. Podrás tener inmovilidad, montorización continua, rotura de bolsa artificial, oxitocina en vena para estimular las contracciones, tactos vaginales repetidos, episiotomías, e incluso la maniobra de Kristeller, en la que la matrona o el obstetra emplean toda la fuerza posible en empujar el fondo uterino hacia abajo.
Un parto natural es aquel en el que el profesional que lo atiende se limita a observar, acompañar y vigilar por medios no invasivos que no aparezca ningún signo de peligro para la madre o para el bebé. Entonces es la propia madre la que hace el parto.
La ciencia ha descubierto que las mujeres, al igual que el resto de mamíferas, para parir bien necesitan un ambiente muy íntimo, con poca luz, con escasos estímulos del neocortex (que no te hagan preguntas, por ejemplo), y con muy poca adrenalina. Cuando esto no se tiene en cuenta, los partos se vuelven más dolorosos, largos y difíciles.
Imagen: fimagenes
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