Numerosos estudios y revisiones científicas concluyen en la importancia de no seccionar el cordón hasta que deje de latir. Esto dura unos tres minutos (o algo más) tras el nacimiento, durante los que al bebé le está llegando la sangre que se encuentra en la placenta y que necesita para tener unas buenas reservas de hierro durante la primera infancia. Además, el cordón todavía lleva sangre oxigenada mientras late y es como un seguro para el recién nacido, por si le costara iniciar la primera respiración.
Eso sí, si los padres quieren donar esta sangre tan preciada, deben saber que no es posible hacerlo después que el cordón dejó de latir, con el cordón colapsado.
Para el bebé, el mejor lugar del mundo donde debe ser colocado al nacer, tras ser secado, es sobre su madre, piel con piel, sin ninguna tela entre ambos. Eso sí, tiene que ser cubierto con una toalla caliente y debe llevar puesto un gorro, ya que la cabeza es la parte de su cuerpo más grande, por donde pierde rápidamente calor.
Es un momento sagrado, nadie tiene derecho a interrumpirlo si no es porque la vida de la madre o del bebé corren peligro. Ningún procedimiento es imprescindible en este momento.
Inmediatamente después del parto, el alto nivel del endorfinas en la madre (si el parto ha sido natural, nunca lo tendrá más alto) sirve para crear un apego intenso con su hijo cuando éste se le coloca encima. El bebé también nace con altas dosis de estas sustancias: las que él mismo segrega durante su nacimiento y las que le han llegado de la madre a través del cordón umbilical. Y las endorfinas crean adicción. Por ello contribuyen de forma importante a crear un enamoramiento mutuo muy intenso entre la madre y su hijo.
Cuando la madre no ha podido segregar endorfinas porque se le ha aplicado una anestesia, también se establece este vínculo estrecho, pero por otro mecanismo diferente: la razón o el neocortex. “Es mi hijo y lo amo”. Pero no es una reacción tan animal y visceral como cuando el parto es natural.
Imagen: reproduccionasistida
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