Nunca antes el atletismo había sido tan popular. ¿A qué se debe semejante éxito? Quizá algo tenga que ver la crisis, porque para correr no hay que pagar una cuota, al contrario que en un gimnasio, y que la inversión en equipación (ropa y zapatillas) es mínima.
La única exigencia es ser constante y ponerle ilusión. Además, este ejercicio cardiovascular es una potente arma quemagrasas: por cada kilómetro y medio que corras consumirás unas 100 calorías y, cuanto más rápido vayas, más se acelera el consumo calórico.
Unas buenas zapatillas son fundamentales para correr de forma segura. A la hora de elegir un modelo u otro debes tener en cuenta tu peso, cuántos kilómetros piensas acometer y sobre qué superficie vas a hacerlo. Además, es conveniente realizar un análisis de la pisada para saber si eres pronador (el pie rota hacia el interior), supinador (todo lo contrario) o neutra (la pisada perfecta).
La vida media de unas zapatillas son 800 kilómetros. Hay que revisar la suela media como si de las llantas de un coche se tratase. Si aparecen grietas quiere decir que están muy gastadas y hay que cambiarlas. Si no es así, podemos aguantar hasta los 1000 kilómetros. El desgaste no es el mismo con un peso de 50 kilos que con uno de 90.
Un error bastante común es estirar en frío antes de correr, lo idóneo es realizar ejercicios de movilización de tobillos, rodillas y cadera. En cambio, tras la carrera, es importante hacerlo para eliminar la tensión muscular, estimular el drenaje y la circulación sanguínea y prevenir la aparición de lesiones.
Al principio es importante evitar correr por asfalto o superficies duras. Es mejor hacerlo por zonas verdes o monte. Hay que planear las sesiones de entrenamiento paulatinamente y nunca empezar con largas distancias. Si corres únicamente sobre la cinta sólo potenciarás la cadera anterior y no la posterior, creando de esta manera un desequilibrio y aumentando el riesgo de padecer lesiones.
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