La deshidratación es una disminución de la cantidad de líquido existente en nuestro organismo, lo que provoca una falta de agua del interior de las células. Esta situación se produce cuando la cantidad de líquidos ingeridos es menor de la que se elimina, como consecuencia de las distintas funciones orgánicas (la sudoración, la orina, la propia respiración…).
Además, hay que tener en cuenta que los niños y los ancianos son colectivos que presentan un mayor riesgo de deshidratación, por lo que debemos prestarles mucha más atención.
El organismo humano es incapaz de producir el líquido que necesita, por lo que es necesario proporcionarle las cantidades adecuadas a través de los alimentos y otros líquidos. De hecho, se calcula que del total del agua necesaria, un 20-25% de las bebidas proviene de los alimentos y un 75-80% de las bebidas.
Entonces, ¿cómo podemos conseguir reponer adecuadamente los líquidos, mediante la nutrición? Dentro de un estilo de vida saludable, tenemos que llevar una dieta equilibrada. Si ingerimos sopas, frutas, verduras y variamos el consumo de líquidos entre refrescos, zumos de frutas, lácteos, batidos, bebidas ricas en sales minerales, etc., además de calmar la sed e hidratarnos, favoreceremos poder beber más sin aburrirnos.
Si llevamos a cabo todo esto estaremos evitando la deshidratación. Y, aunque ya os hayamos hablado de esto en otras ocasiones, es tan importante que no podemos dejar de recordároslo.
Una mínima pérdida de líquidos repercute en el funcionamiento del organismo. Al perder el 1%, aparece la sensación de sed; si se pierde el 2%, se reduce el rendimiento y la resistencia, y a partir del 5% se puede producir una aceleración del ritmo cardíaco, apatía, vómitos y espasmos musculares.
Imagen: sheknows